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La exposición de Gay Talese en Voyeur

Originalmente publicado en "La danza inmóvil" de alertaeconomica.com

Juan Ignacio Chávez

Publicado: 2017-12-07


“Yo también soy un voyeur”, dice Gay Talese en Voyeur, el nuevo documental sobre el proceso de escritura de su libro, The Voyeur’s Motel, una investigación periodística sobre un pervertido llamado Gerald Foos quien, en los años 60s, compra un motel en Colorado para espiar los encuentros sexuales de los clientes a través de una reja de ventilación en el ático. En 2016 la crítica rechazó dicho libro argumentando principalmente dos puntos: i) había serias inconsistencias temporales entre el testimonio de Foos y los registros de propiedad del Motel; ii) Talese era en parte responsable de los actos de voyeurismo, pues si bien el libro comenzó a escribirse en 2013, él tenía contacto con Foos desde los años ochenta, cuando fue personalmente al motel a constatar que el centro de observación era real. 

El primer argumento tiene que ver con la credibilidad de Talese, subordinada a la credibilidad que él puediera adjudicarle a un degenerado en calidad de única fuente de información. Aunque parece haber una amistad entre ambos —lo cual ya es cuestionable desde el punto de vista del profesionalismo periodístico—, conforme avanza el documental va quedando claro que Talese ve en Foos nada más que su próximo éxito literario (no pude evitar congelar la imagen cuando los dos octogenarios se abrazan: Talese pone el codo hacia abajo, como asomándose sobre un muro, interponiendo el brazo entre los pechos para delimitar el espacio personal). Todo parece indicar que los riesgos que toma no surgen de la inexperiencia, sino de la ambición, y cuando el mal llevado libro sale a la luz, su desesperación parece espejar la de un Foos desencajado, arrepentido de haber llegado tan lejos por atención.

El segundo argumento, más interesante, designa el dilema moral que subyace a las historias periodísticas, que no son leyes punitivas ni enjuiciamientos de la sociedad civil, sino solo eso: historias. ¿Debió Talese haber hecho algo al enterarse que un hombre tenía el más elaborado y científico centro de onanismo? El contrafáctico luce jugoso desde que nos enteramos que Gerald Foos fue testigo —y, en alguna medida, causante indirecto— del asesinato de un cliente, allá por los años ochenta. Talese, reconocido por trasgredir normas sociales en pos de buenas historias, piensa en su trabajo como perteneciente a un dominio excepcional, a la neutralidad judicativa de la que, en teoría —y eso ya es mucho decir—, gozaría la ficción. El documental lo mostrará más de una vez repitiendo: “lo único que importa es que todo esto sea verdad”.

Es inevitable que tal uso de la palabra “verdad” suene risible en 2017, una época de subversión frente a las ideologías literarias (en el sentido marxista de la palabra), donde los poderes del escritor se revelan como privilegios. A diferencia de la autoficción, que se limita a tocar fibras delicadas en el entorno familiar (pienso en Mario Vargas Llosa, Phillip Roth, Karl Ove Knausgaard, etc.), libros como The Voyeur’s Motel se enfrentan a todo el movimiento de conscientización moral contemporánea, que dista mucho de los moralismos religiosos y burgueses de los que se mofaba la literatura del siglo XIX. Es difícil, por ejemplo, no sentirse alienado frente a la reacción de Gay Talese ante los escándalos sexuales de Kevin Spacey: “Saben, todos en esta habitación hemos hecho en algún u otro momento algo de lo que nos avergonzamos. El Dalai Lama ha hecho algo de lo que se averguenza” (traducción propia). No se trata de demonizar su opinión, sino de exhibir su poca consciencia histórica.

Voyeur, el documental de Myles Kane y Josh Koury expone tangencialmente estos problemas, por motivos más azarosos que premeditados, como puede suceder con un documental, siempre obligado a reaccionar sobre la marcha. En este caso el factor azar tiene una buena cosecha: evita que sea un plano registro de la bombástica carrera de un periodista. Pero dicho azar queda demasiado patente, pues el documental no logra perfilar ideas críticas ni responde con la velocidad debida al gran fontanal de —ahora sí— verdad que se devela frente a la cámara.



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